Confesiones de un amante de lo paranormal

Era una agradable noche de verano, el cielo estaba un poco nublado y acababa de anochecer. Mi papá entró a la casa y le pidió a mi mamá que lo acompañara a ver algo afuera. Yo debía tener unos 6 años, y noté que algo raro estaba pasando. Cuando mis padres regresaron les pregunté qué sucedía. “Hay luces en el cielo” me dijeron y salimos todos a observar. En la calle ya se había reunido un pequeño grupo de vecinos curiosos que miraba hacia las nubes. Lo recuerdo perfectamente, 4 luces redondas que giraban formando un círculo y repentinamente se juntaban en el centro para después volverse a separar. La danza se repetía una y otra vez.

El misterio se resolvió rápidamente. Eran los reflectores de un circo que se había instalado en la colonia vecina. “¿Por qué todo mundo estaba viendo las luces?” Le pregunté a mi papá. “Porque pensamos que era un OVNI” fue la respuesta. “¿Qué es un OVNI?” volví a preguntar. Pocos momentos marcaron tan profundamente mi vida durante tantos años como la respuesta que recibí. “Objeto Volador No Identificado. La gente piensa que se pueden tratar de naves espaciales de seres que viven en otros planetas y nos vienen a visitar“. Seguramente ya me había topado con el concepto de seres extraterrestres en alguna serie de ciencia ficción. Pero era la primera vez que lo pensaba como algo real. Y estaba fascinado. Esa noche antes de dormir me pasé un largo tiempo pensando en las posibilidades: si el espacio es infinito, entonces debe haber toda clase de seres allá afuera. ¿Cómo serán? ¿Que pensarán de nosotros? ¿Nos quieren hacer daño? Si nos visitan, ¿Por qué lo hacen? ¿Será que están explorando nuestro mundo como nosotros lo hacemos con la luna y ni se han dado cuenta que estamos aquí?… ¿Existirán realmente?

A partir de ese momento me interesé mucho en el tema y leí con ansias el único texto que encontré en mi casa al respecto: una enciclopedia de selecciones que hablaba de varias curiosidades, entre ellas los fenómenos paranormales. He de decir que a pesar de que la enciclopedia presentaba un punto de vista relativamente equilibrado, yo me convencí rápidamente que los OVNIs eran efectivamente naves espaciales piloteadas por entes extraterrestres. Y con esa convicción fui leyendo más y más libros sobre el tema que sólo reafirmaban mis creencias. ¡Caray! con decirles que una vez hasta fui a parar a una conferencia de Mausán (el ufólogo y charlatán mexicano más notable) y pagué por uno de los asientos de adelante. Naturalmente mi gusto por lo paranormal se extendió a otras áreas, notablemente todo lo relacionado a fantasmas y demonios. Incluso en algún momento me llegó a interesar la criptozoología (lo dejé rápido, no porque no creyera en monstruos, sino porque no se me hacían tan cool, al fin y al cabo estaban vivos y eran de este mundo).

Pero mi interés más marcado siempre fue el tema de los OVNIs (paralelamente también me interesaba todo cuanto estuviera relacionado con el espacio exterior, recuerdo bien que la primera página de internet que visité en mi vida fue la de la NASA). Llegué a tal grado, que cuando tenía por ahí de 12 años intenté escribir un libro al respecto. Mi labor se vio frustrada, en parte, por la pobre recepción que el título tuvo en mi familia. Rezaba algo así como: “alienígenas: ¿ángeles del señor o soldados de satán?” (increíble cómo uno termina mezclando todos sus mitos, ¿no?). Pero a pesar de que mi carrera de escritor quedó truncada prematuramente, no me desanimé (tanto) y constantemente veía al cielo con la esperanza de ver un OVNI con mis propios ojos.

Hasta que un buen día, no recuerdo bien cómo ni por qué, me encontré con una serie que me llenó de dudas: Cosmos, del portentoso divulgador de la ciencia Carl Sagan.

Cosmos: un viaje personal

No era la primera vez que escuchaba los argumentos, pero Sagan los sabía plantear de una manera francamente convincente. Claro, era posible que los extraterrestres sean el equivalente actual de las hadas y los duendes de antaño, pero ¿qué tal si era al revés? ¿qué tal si los aliens nos habían visitado desde siempre y nuestros antepasados los confundían con duendes y hadas? No tenía mucho que Dolly había sido clonada y estaba en boga la “teoría” de que éramos un experimento genético alienígena. Sin embargo, dada la abundancia, según mis lecturas, de naves extraterrestres estrelladas, avistamientos, contactados y hasta abducidos, se me hacía muy sospechoso que ningún científico reconocido hubiera podido encontrar una evidencia convincente que probara que los extraterrestres estaban con nosotros.  Sabía incluso de casos de contactados que habían revelado el origen de sus supuestos contactos, pero que solían ser lugares vacíos en el cosmos una vez que eran verificados por algún astrónomo serio (o francamente absurdos hasta para mí, como marte o la luna). Los mensajes de los aliens tampoco indicaban claramente su origen extraterrestre. Con frecuencia eran enseñanzas morales, pero nunca daban la solución a algún problema físico o matemático complejo, ni revelaban algo que no dejara lugar a dudas acerca de su avanzada tecnología y su conocimiento del universo. Claro, siempre se podía culpar al gobierno de encubrir todo el asunto, pero a mi entender ni el gobierno más poderoso podía ocultar la “abrumadora evidencia”. Sólo que la “abrumadora evidencia” se volvía muy elusiva al contacto con la ciencia y eso era algo que me tenía bastante frustrado.

Y fue en esa época de dudas (flaqueo espiritual, podrían llamarlo algunos) que mi padre trajo a casa otro libro: el mundo y sus demonios, de Sagan. La portada me gustaba mucho: una intensa flama, rodeada de una intensa oscuridad. Se veía tan misterioso como mis libros de ovnis, así que lo leí tan pronto como pude. Y ese fue el inicio del fin. Me convencí que si algún día quería ser paleontólogo, astrónomo o alguna otra clase de científico, tenía que analizar la realidad a la luz de la evidencia. Me di cuenta que no era el único interesado en el tema y que de hecho el gobierno de EUA gastó mucho dinero y esfuerzo en analizar miles de casos de OVNIs y no encontró nada que soportara las teorías alienígenas. Volví a leer mis viejos libros y los errores lógicos, los casos probados como falsos pero presentados como verdaderos y la auténtica falta de pruebas comenzaron a ser evidentes. Todavía miraba al cielo, buscando ver algo, tener una prueba que me hiciera convencerme de nuevo. La prueba nunca llegó. Tras pensar y repensar, y ya con un poco más de información en la mano para detectar falacias e incluso algunas incoherencias científicas, no me quedó más opción que concluir que me había enamorado de un mito y dejé de creer en él (con otros mitos, como la religión, me tomó más tiempo, pero eso se los cuento en otra ocasión), aunque el tema nunca me dejó de gustar.

Hoy en día debo decir que sigo siendo un amante de lo paranormal. Pero me interesa analizarlo desde un punto de científico (incluso experimental) y como un curioso fenómeno social (y no soy el único). Es por ello que me molesta ver la proliferación de supuestos investigadores cuyo principal propósito parece ser ganar dinero a base de malinterpretaciones, trucos, falacias lógicas y otras clases de engaños (algunos cometidos por simple ignorancia, otros con toda la mala fe). Esta clase de personas no le hacen ningún favor a nadie que esté auténticamente interesado en conocer la verdad detrás de lo paranormal, aunque las explicaciones no vengan de otro mundo o el más allá.

Volviendo al tema de los extraterrestres, la realidad es que nunca dejé de mirar al cielo, sólo que ahora lo hago a través de mi computadora, colaborando con el proyecto SETI en un auténtico esfuerzo científico por encontrar evidencias incontrovertibles de la existencia de inteligencia fuera de este mundo. Si les suena interesante, ustedes también pueden ayudar. Tal vez algún día por fin descubriremos que no estamos solos. Por lo pronto, e independientemente de nuestros deseos, la realidad nos dice otra cosa. Hasta la próxima.

Radiotelescopio de Arecibo, donde se explora el espacio en busca de señales de radio provenientes de otras civilizaciones.
Radiotelescopio de Arecibo, donde se explora el espacio en busca de señales de radio provenientes de otras civilizaciones.

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